viernes, 6 de agosto de 2010

Día 8 de agosto Estambul – Sofía (Bulgaria) 570 km

Me levanto y empiezo a hacer el equipaje. Es acojonante la humedad de Estambul, lavé la ropa al llegar, hace casi dos días y sigue empapada, no tengo nada que ponerme limpio y lo peor es que tengo que guardar la ropa mojada en la maleta.

Cuando tengo tolo listo, me despido del conserje del hotel, ha sido un encanto este tipo, super servicial y amable conmigo.

Es domingo por la mañana y Estambul está vacío, no hay nada de tráfico, es una gozada callejear por la ciudad, no puedo desaprovechar la ocasión. Anoche, cenando, me dí cuenta de que el puente que había cruzado no era el que unía Europa y Asia, era el de la desembocadura del Bósforo, que unía solo dos partes europeas. El otro puente está más lejos y es toda una autopista de tres carriles por sentido, será jodido cogerlo pero yo no me piro de aquí sin darme un garbeo por Asia. No por mi, que tarde o temprano ya estaré, sino por mi princesa, que con lo bien que se está portando se merece que la deje rodar por Asia. Aunque en este momento nuestra relación está en la cumbre, yo tengo cierta inestabilidad para esto de las motos y no te digo yo que si sale una más fuerte, joven y bonita, no mande esta al asilo y me lleve a la jovencita a mi próxima ruta asiática. Espero que no, ojala que aún hagamos muchos viajes juntos.



Total, que tras un millón o dos de vueltas cojo el “Bosforo Bridge” y tan contento me planto en Asía, así, como quién no quiere la cosa. Para tan magno evento me jugué la vida y conduje con la derecha mientras que con la izquierda hacía fotos, al ser una autopista era imposible para a hacer una foto. Allí estábamos, ella y yo en Asia, ganas me daban de mandarlo todo a freír espárragos y continuar hacia Irán, pero aún me quedan restos de sensatez.

Tras dar la vuelta, con incidente policial incluido por ir por el carril bus de la autopista, cojo directo la salida en dirección Bulgaria.

Tras 40 km de autopista no había encontrado ninguna gasolinera y el ordenata de la moto me marcaba que tenía gasolina para 10 km. Como no quería quedarme tirado en un arcén turco decido salir a un pueblo en busca de gasolinera y ahí viene el problema, el peaje. Esto ya le pasó a Mc Bauman. Veo que allí los coches se acercan a la barrera, sacan una tarjetita magnética y se les abre la barrera, pero yo no tenía esa tarjetita y la máquina no admitía ni tarjetas de crédito ni dinero. Detrás mío tenía un inmenso camión poco dispuesto a echar marcha atrás, así que solo me quedaba una, colarme. El problema es que el paquidermo este que llevo de moto, es jodido de meter en el hueco que deja la barrera, pero con unas cuantas maniobras, me cuelo. En eso que se pone a sonar una sirena y en ese momento pienso, que lo más apropiado es dar gas con toda dignidad sin mirar atrás como si eso no tuviese que ver conmigo. Eso hago.

Echo gasolina y claro, me tengo que incorporar a la autopista por el mismo lado y hete ahí, que veo a un policía turco con una sonrisita que me hace señales para que vaya allí con cara de decir “te voy a emplumar por listillo”. En estas ocasiones yo creo que lo mejor es poner cara de bobo y hacer como que no entiendes nada ni sabes que te dice. Me echó una super parrafada en turco de la que no entendí nada, pero que a poco listo que sea uno, ya imagina que lo que le está pidiendo, es la documentación. Y seguí haciéndome el tonto como si no supiese que decía, hasta que a la tercera vez ya se sacó él mismo un carnet para decirme que quería eso. Le enseño el pasaporte y sigue con sus parrafadas, esta vez, intuyo, pidiendo la documentación de la moto. Yo con mi cara de bobo, hasta que ya muy enfadado me señala la matrícula de la moto y decido que más vale no tensar más. Según voy a sacar la documentación, me debió dar por perdido y me dijo, muy enfadado, que continuase.

La autopista hasta la frontera con Bulgaria es magnífica y precisamente por eso, aburridísima. Por cierto, la gasolina en Turquía sobre el 1,8 euros/litro, no esta mal, no? En Bulgaria, donde llené nada más entrar, es poco más de un euro, sobre 1,1.

Con el depósito de esta moto, con la diferencia puedes hacer varias comidas en Bulgaria.

Cruzar la frontera un coñazo, tres ventanillas en la parte turca y otras tres en la búlgara, pero había muchos coches y eran lentos, por lo que la espera a pleno sol se hizo pesada. Aún así me consolé pensando en los 5 km (lo juro, lo controlé con el cuenta km) de cola de camiones que tenían a la derecha.

Entro en Bulgaria y ya veo el percal. Es curioso como rápidamente te haces una idea de un país por los primeros kilómetros que recorres al pasar la frontera. Es un país muy pobre, o al menos es la impresión que da. Todos los edificios que ves son antiquísimos, construcción de hace 40 o 60 años que no ha recibido un duro de inversión desde entonces. Cristales rotos, casas abandonadas, fachadas con destrozos y desconchones, supermercados viejísimos, gasolineras medio abandonadas, fábricas, de antiguo esplendor, totalmente abandonadas con inmensas naves vacías y con todos sus cristales rotos, algún carro aún tirado con burros por la carretera y coches de la época de nuestros abuelos. No sabía yo que Bulgaria vivía esta realidad.





Voy por una carretera, observando todo y veo una especie de bar, en estado de semi abandono, como todo. Se ve que hubo algún día en el que estuvo muy bien, ya que tiene una inmensa cristalera y unos carteles enormes que cuando fueron nuevos, debieron lucir lustrosos. Aún así, tenía unas agradables mesas de madera corridas, a la sombra, donde la gente bebía cerveza. Es mi sitio, me paro.

Tienen música muy agradable de fondo, imagino que búlgara y una parrilla donde están haciendo una especie de salchichas y unos pimientos. Me atiende, amabilísimo. Saco el portátil, pero no me conecto, sigo bajo la red turca. El dueño me ve y viene a decir que me conecte a su wifi, me da las claves y puedo navegar. Al rato el sitio se llena de gente y el olor de las salchichas me tienta. Le digo que me ponga algo de eso y el tío me suelta un discurso en búlgaro del que lógicamente, no entiendo ni papa. Aún así le digo que si, que ponga eso que dice. Allí paso un rato estupendo, comiendo esos kebah con forma de salchichas y bebiendo cerveza fría, rodeado de búlgaros tranquilos y oyendo música local. Pago una cantidad que me parece miserable por ese rato tan bueno, por esa comida y esa bebida.
Sigo hacia Sofía, en el camino hay una ciudad llama Plovdiv, quiero ver si ese aspecto desangelado que tiene Bulgaria es solo en la zona rural o también en las ciudades, así que me meto a dar una vuelta y verla desde la moto. El aspecto es igual que el resto, enorme edificios de pisos tipo ciudad dormitorio construida hace 40 años. Los edificios ya cochambrosos, con las fachadas hechas un asco. La ciudad se ve limpia, pero sigue pareciéndome que aquí no han invertido dinero desde hace mucho, no veo pisos recientes o edificios nuevos. La ciudad está desierta, aunque eso imagino que es por ser domingo por la tarde.



El último tramo hasta Sofía lo hago por la autopista, que va metiéndose entre montanas verdes y boscosas, el entorno es bonito. La temperatura es de 24 grados, después del calor húmedo que he pasado en Estambul, eso me parece maravilloso, voy disfrutando del fresquito.

Entro en Sofía, es una capital pequeña, manejable, de mejor aspecto que la ciudad por la que pasé antes, pero con un aire similar. Llego al centro enseguida y encuentro un hotel barato. El hotel es como un edificio fantasma. Es un hotel enorme, un edificio gigantesco que en su día tuvo que ser magnífico. Las habitaciones y baño son muy grandes pero claro, construidas hace mucho tiempo y sin reformar, aún así me resulta comodísimo, en pleno centro además. La recepción también es enorme, propia de hoteles en otra época muy buenos, pero se ve la falta de dinero, tiene un ordenador que debía ser de la época de mi Spectrum y todo lo que hay es viejo. El hotel me impone, mogollón de habitaciones y desde fuera no veo ninguna ocupada salvo la mía. Parece de película de terror.

Me doy una vuelta por Sofía y tengo que reconocer que es una delicia de ciudad, aparte de ser muy bonita, es tranquila, bucólica y con un cierto aire romántico. Por todas las calles circula un tranvía milenario que le da un toque nostálgico. El tranvía, pequeñito y con aspecto casi de ser de madera, chirría al frenar y le suena la catenaria cuando pasa. De vez en cuando pita. Anochece y el centro de Sofía cobra mucho más encanto. Todas las calles del centro son de pavés, pero un pavés colocado en oblicuo apuntando hacia la línea del centro de la calzada, haciendo una forma muy chula. Los edificios principales del centro son realmente bonitos y están muy bien iluminados, separados por amplias calles y plazas. Esta ciudad tiene un encanto especial.

Fuera de las calles principales del centro, muy tranquilas además, la ciudad sigue siendo bonita, con los raíles del tranvía por todas las calles, con una iluminación muy escasa, tan solo unas farolas pequeñas y separadas que dan una luz tenue.

Veo un restaurante con una terracita muy agradable y ceno magníficamente, Aquí ya todo el mundo sabe hablar inglés. El precio es de risa comparado con lo que pagaría en España.

El hotel está rodeado de todas las terrazas de moda, así que no me resisto a tomarme una cerveza después de cenar. Las terrazas se llenan, gente guapa, bien vestida, chicas con taconazos y ropa ajustada.

Al ratito me voy a mimir, que va siendo hora.

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